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Pausas que fortalecen al Consejo

Actualizado: 19 ago

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En el ámbito del buen gobierno corporativo, la calidad de las decisiones tomadas por un Consejo de Administración no depende únicamente de la información disponible o del talento individual de sus miembros, sino también del proceso mediante el cual se adoptan. En este contexto, la capacidad de hacer una pausa deliberada cobra una relevancia estratégica, especialmente en situaciones de tensión, incertidumbre o conflicto. La pausa, bien entendida, se convierte en una práctica en las dinámicas del Consejo que fortalece la función supervisora del Órgano de Administración.

La pausa no debe interpretarse como una muestra de debilidad o indecisión, sino como una herramienta de liderazgo consciente. Permite a los consejeros tomar distancia emocional, recuperar perspectiva y evitar respuestas reactivas que, en entornos complejos, pueden derivar en decisiones apresuradas o mal calibradas. En los Consejos más eficaces, la pausa no es improvisada, sino incorporada de forma natural en la cultura del Órgano de Administración. De hecho, algunos presidentes con experiencia, reservan de forma explícita momentos de reflexión durante sesiones críticas, conscientes de que no todo se resuelve por aceleración.

En momentos de dificultad, como pueden ser una crisis reputacional, un conflicto entre accionistas, una amenaza legal significativa o una transición inesperada en la alta dirección, la pausa puede convertirse en el elemento que diferencia una respuesta impulsiva de una estrategia bien articulada. Al suspender la dinámica habitual de deliberación, el Consejo se otorga un espacio de calidad para reorganizar ideas, verificar supuestos, revisar escenarios y alinear criterios antes de avanzar. Esta práctica contribuye a que las decisiones no solo sean acertadas, sino también sostenibles en el tiempo.

Desde el punto de vista de la dinámica de grupo, la pausa cumple una función de higiene emocional. Ayuda a descomprimir tensiones, reduce la polarización y mejora la escucha activa entre los miembros del Consejo. En ocasiones, lo que un consejero no logra expresar en medio de un debate encendido, puede surgir con más claridad tras un breve espacio de silencio o de reflexión individual. La pausa bien gestionada no interrumpe el flujo, sino que lo encauza. No se trata simplemente de detener la conversación, sino de generar las condiciones para retomarla con mayor claridad, respeto y eficacia.

Asimismo, la pausa permite incorporar otras voces al proceso. Puede dar lugar a consultas externas, a la búsqueda de una opinión especializada o al análisis de nuevas evidencias. En muchas ocasiones, posponer una decisión para contar con una visión más completa, es una muestra de responsabilidad y no una dilación innecesaria. En el caso de los Consejos de grupos familiares o empresas no cotizadas, donde las emociones y las relaciones personales pueden interferir con lo racional, esta práctica adquiere aún mayor valor.

Adicionalmente, la pausa cumple una función ética. Permite que el Órgano colegiado recupere su rol fiduciario y actúe desde el interés superior de la compañía, por encima de intereses personales, presiones del entorno o dinámicas internas poco saludables. Es en ese espacio suspendido donde a menudo emergen las preguntas correctas, aquellas que invitan a considerar no solo lo que se puede hacer, sino lo que se debe hacer. La pausa devuelve al Consejo su condición de garante del propósito empresarial y de la sostenibilidad de las decisiones.

En definitiva, introducir pausas estratégicas en las deliberaciones del Consejo no es una muestra de pasividad, sino de inteligencia institucional. Un Sistema de Buen Gobierno no se construye únicamente con información y debate, sino también con silencios bien utilizados, tiempos bien gestionados y decisiones tomadas con plena conciencia de su impacto a largo plazo. Una pausa a tiempo, puede ser para un Consejo uno de los actos más decisivos que puede ejercer.

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